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"Escucho desde los audífonos la grabación de un
cuarteto de Bartok, y siento desde lo más
hondo un puro contacto con esa música que se cumple en su
tiempo propio y simultáneamente en el mío. Pero después,
pensando en
el disco que duerme ya en su estante junto con tantos otros,
empiezo a
imaginar decursos, puentes, etapas, y es el vértigo frente a ese
proceso cuyo término he sido una vez más hace unos minutos.
Imposible
describirlo- o meramente seguirlo- en todos sus pasos, pero
acaso se pueden ver las eminencias, los picos del complejísimo
gráfico.
Principia por un músico húngaro que inventa, transmuta y
comunica una
estructura sonora bajo la forma de un cuarteto de cuerdas. A
través de
mecanismos sensoriales y estéticos, y de la técnica de su
transcripción inteligible, esa estructura se cifra en el papel
pentagramado que un día será leído y escogido por cuatro
instrumentistas; operando a la inversa el proceso de creación,
estos
músicos transmutarán los signos de la partitura en materia
sonora.
A partir de ese retorno a la fuente original, el camino se
proyectará
hacia adelante; múltiples fenómenos físicos nacidos de violines y
violoncellos convertirán los signos musicales en elementos
acústicos
que serán captados por un micrófono y transformados en impulsos
eléctricos;
estos serán a su vez convertidos en vibraciones mecánicas que
impresionarán una placa fonográfica de la que saldrá el disco
que
ahora duerme en su estante. Por su parte el disco ha sido objeto
de
una lectura mecánica, provocando las vibraciones de un diamante
en el
surco (ese momento es el más prodigioso en el plano material, el
más
inconcebible en términos no científicos), y entra ahora en juego
un
sistema electrónico de traducción de los impulsos a señales
acústicas, su devolución al campo del sonido a través de altavoces o
de audífonos más allá de los cuales los oídos están esperando en
su
condición de micrófonos para a su vez comunicar los signos
sonoros a un
laboratorio central del que en el fondo no tenemos la menor idea
útil,
pero que hace media hora me ha dado el cuarteto de Bela Bartok
en el
otro vertiginoso extremo de ese recorrido que a pocos se les
ocurre
imaginar mientras escuchan discos como si fuera la cosa más
sencilla
de este mundo.
Cuando entro en mi audífono,
cuando las manos lo
calzan en la cabeza con cuidado
porque tengo una cabeza delicada
y además
y sobre todo los audífonos son delicados,
es curioso que la impresión
sea la contraria,
soy yo el que entra en mi audífono, el que asoma la
cabeza
a una noche diferente, a una oscuridad otra.
Afuera nada parece haber
cambiado, el salón con sus lámparas,
Carol que lee un libro dc Virginia Woolf en el sillón de
enfrente,
los cigarrillos, Flanelle que juega con una pelota de papel,
lo mismo, lo de ahí, lo nuestro, una noche más.
y ya nada es lo mismo porque el silencio del afuera amortiguado
por
los aros de caucho que las manos ajustan
cede a un silencio
diferente,
un silencio interior, el planetario flotante de la sangre,
la caverna del
cráneo, los oídos abriéndose a otra escucha,
y apenas puesto el disco ese silencio como de viva espera,
un terciopelo de silencio, un tacto de silencio, algo que tiene
de flotación intergaláxica, dc música de esferas, un silencio
que es un jadeo silencio, un silencioso frote de grillos estelares,
una concentración de espera (apenas dos, cuatro segundos), ya la aguja
corre por el silencio previo y lo concentra
en una felpa negra (a veces
roja o verde), un silencio fosfeno
hasta que estalla la primera nota o un acorde
también adentro, de mi
lado, la música en el centro del
cráneo de cristal
que vi en el British Museum, que contenía el cosmos
centelleante
en lo más hondo de la transparencia, así
la música no viene del audífono, es como si surgiera de mí mismo,
soy
mi oyente,
espacio puro en el que late el ritmo
y urde la melodía su progresiva telaraña en pleno
centro de la gruta
negra.
Cómo no pensar, después, que de alguna manera la poesía es una palabra
que se escucha con audífonos invisibles apenas el poema comienza a
ejercer su encantamiento. Podernos abstraernos con un cuento o una
novela, vivirlos en un plano que es más suyo que nuestro en el tiempo
de lectura, pero el sistema de comunicación se mantiene ligado al de
la vida circundante, la información sigue siendo información por más
estética, elíptica, simbólica que se vuelva. En cambio el poema comunica
el poema, y no quiere ni puede comunicar otra cosa. Su razón de
nacer y de ser lo vuelve interiorización de una interioridad,
exactamente como los audífonos que eliminan el puente de fuera hacia
adentro y viceversa para crear un estado exclusivamente interno,
presencia y vivencia de la música que parece venir desde lo hondo de
la caverna negra".