Merodeo espacios insólitos, perturbado e insano, recojo
pedazos de mi ser derrumbado. Arrodillado, en el suelo de una estación tomo lo
que alcanzan mis manos. Absurdamente me levanto con la frente en alto y ellos me
miran, murmuran, se sonríen cínicamente.
Ignorándolos, con prisa corro el último tren con un
cigarrillo entre mis dedos que luego dejo caer en las sucias vías. Ellos me
miran, murmuran, se sonríen cínicamente, no dejan de hacerlo.
Subo exhausto, penúltimo vagón, mi pecho agitado despide su
tos ronca de fumador. Armo camino a casa esos trozos de hombre solitario y
ellos me miran, murmuran, se sonríen cínicamente.
Bajo apurado, nervioso y paranoico cruzo la calle mientras
enciendo otro cigarrillo, converso conmigo mismo en voz alta y ellos me miran,
murmuran, se sonríen cínicamente.
Cada vez más cerca de mi hogar, tomo el ascensor, mis manos transpiran…
aún guardo pedazos de mi en el bolsillo izquierdo del gamulán y ellos… ellos me
miran, murmuran, se sonríen cínicamente.
Busco las llaves y abro la puerta, me siento, apoyo mis
codos sobre mis rodillas, tiro fuerte de mi pelo, me quiebro y me largo a
llorar.
Son ellos que me miran…
Pedazos de mí que me miran como a un desconocido. Me miran,
murmuran, se sonríen cínicamente.
Soy yo que me miro, rozando la locura y no se quien soy.
Lucila J.