viernes, 6 de marzo de 2015

ORIGAMI - Marcos.

Observó una por una las tramas del empapelado en las paredes, el juego de té sucio en el extremo de la habitación, la vieja foto mal colgada del niño de apariencia fantasmal, el movimiento que Santiago hacía con los labios luego de cada pitada y como la mano de Camille peinaba el cabello de Nazareno.
Decidió salir a caminar, visitar a sus viejos amigos solía aburrirlo. Tomó su bufanda y abrigo… revisó los bolsillos: dos o tres billetes abollados, alguna que otra moneda y la envoltura de un capitán del espacio lo acompañaron esa tarde fría de Mayo.
Nada le parecía más sublime y liberador que oír hojas secas pisoteadas contra el asfalto. Deleitó aquel sonido durante diez largas cuadras hasta llegar al parque. Se sentó en el mismo banco donde solía comer algodón de azúcar con su madre todos los viernes al salir de la escuela cuando era niño.
Luego de su muerte visitaba ese parque por lo menos una vez por semana y repetía ese viejo ritual en soledad, pensando en su niñez, recordando con melancolía a la mujer que más lo amó (quizá la única).
Resultaba una imagen extraña para quienes lo veían con los dedos enchastrados de azúcar y su apariencia adulta. Era un hombre alto de cuerpo robusto, barba despareja, enormes anteojos que parecían heredados de un tío abuelo y siempre vestido con un largo tapado que ocultaba su figura. Un hombre solitario, joven (pero con un espíritu cansado) y silencioso observador.
Sentado allí, frotando sus manos para calentarlas un poco, descubrió en el bolsillo del interior de su abrigo un libro. Arrancó la primera hoja en blanco, hizo una pequeña grulla de papel, la dejó a su izquierda (como si ésta lo estuviese acompañando) y comenzó a leer. Segundos, minutos y horas que pasaron velozmente, quedaron entre las hojas de “Frascos de mermelada” y al ver que se aproximaban las oscuras siete de la tarde del otoño, se enroscó la  bufanda y emprendió la vuelta a casa.
En el camino recordó la grulla, pensó en China, lo que lo llevó a recordar a la asiática de tetas grandes de la triple X que miró el sábado. Porque en eso se basaban sus fines de semana hace casi dos meses desde que su novia lo dejó: cerveza, porno y paja. Se rió e hizo una mueca diciéndose por lo bajo: “sos un tipo patético”.



Lucila J.