lunes, 9 de septiembre de 2013

Merodeo espacios insólitos, perturbado e insano, recojo pedazos de mi ser derrumbado. Arrodillado, en el suelo de una estación tomo lo que alcanzan mis manos. Absurdamente me levanto con la frente en alto y ellos me miran, murmuran, se sonríen cínicamente.

Ignorándolos, con prisa corro el último tren con un cigarrillo entre mis dedos que luego dejo caer en las sucias vías. Ellos me miran, murmuran, se sonríen cínicamente, no dejan de hacerlo.

Subo exhausto, penúltimo vagón, mi pecho agitado despide su tos ronca de fumador. Armo camino a casa esos trozos de hombre solitario y ellos me miran, murmuran, se sonríen cínicamente.

Bajo apurado, nervioso y paranoico cruzo la calle mientras enciendo otro cigarrillo, converso conmigo mismo en voz alta y ellos me miran, murmuran, se sonríen cínicamente.

Cada vez más cerca de mi hogar, tomo el ascensor, mis manos transpiran… aún guardo pedazos de mi en el bolsillo izquierdo del gamulán y ellos… ellos me miran, murmuran, se sonríen cínicamente.

Busco las llaves y abro la puerta, me siento, apoyo mis codos sobre mis rodillas, tiro fuerte de mi pelo, me quiebro y me largo a llorar.

Son ellos que me miran…

Pedazos de mí que me miran como a un desconocido. Me miran, murmuran, se sonríen cínicamente.


Soy yo que me miro, rozando la locura y no se quien soy.





Lucila J.

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